viernes, 10 de junio de 2011

Cultura. Grandes textos de la historia Latinoamericana.








Hoy, nuestro prestigioso Diario Pirulin se ha puesto a meter mano en el archivo y encontró algo que puede llegar a interesarles.

En el año 1901, Manuel Ugarte, uno de los grandes patriotas de la Unión Latinoamericana que ha tenido este Continente (sin ser lo suficientemente reconocido) escribía ``El Peligro Yanqui´´  que cuenta la situación por entonces de Latinoamérica frente al poder imperialista norteamericano.

En una interesante redacción, verán las coincidencias de ese ayer a hoy que en todos los textos de grandes pensadores podemos observar y no nos dejan de sorprender...


Hay optimistas que se niegan a admitir la posibilidad de un choque de intereses entre la América anglosajona y la latina. Según ellos, las repúblicas sudamericanas no tienen nada que temer y a pesar de lo ocurrido en Cuba, persisten en afirmar que los Estados Unidos son la mejor garantía de nuestra independencia. El carácter latino que por ser demasiado entusiasta y violento, sólo percibe a menudo lo inmediato, no cree más que en los peligros inminentes y se desinteresa de los relativamente lejanos, olvidando que en el estado actual las naciones están obligadas a observarse sin reposo porque todas preparan, aun a siglos de distancia, su destino. Pero sea lo que fuese, es curioso conocer la opinión de los europeos sobre este asunto.

Los diarios de Francia, por lo pronto, no ven el porvenir con tanta confianza. Le Matin decía días pasados, a propósito de la anunciada intervención en el conflicto de Venezuela con Colombia: "Los ciudadanos de la América del Norte tienen en el rico arsenal de su lenguaje una palabra de la cual se sirven frecuentemente no sólo en sus conversaciones particulares, sino también en las diplomáticas; es la palabra grabbing que sólo puede ser traducida por 'expoliación' ". No sería imposible que este asunto se terminara por un land grabbing y que aquí o allá, hubiera un territorio usurpado. Es quizás por eso que Alemania, Francia y otras naciones siguen con tanta atención los sucesos que se desarrollan alrededor del istmo. 

Suponen que los Estados Unidos sólo esperan un pretexto para intervenir en esa región soñando renovar lo que hicieron en México. Basta un poco de memoria para convencerse de que su política tiende a hacer de la América Latina una dependencia y extender su dominación en zonas graduadas que se van ensanchando, primero, con la fuerza comercial, después con la política y por último con las armas. Nadie ha olvidado que el territorio mexicano de Texas pasó a poder de los Estados Unidos después de una guerra injusta. A las provincias de Chihuahua y Sonora les cabrá dentro de poco la misma suerte y sí alguna duda quedara aún sobre tales proyectos se encargaría de desvanecerla el artículo publicado hace pocos días en el New York Herald de París.

 Entre otras declaraciones hace la siguiente:"Una nación de ochenta millones de habitantes no puede admitir que su supremacía en América sea impunemente comprometida. Sus intereses económicos y políticos deben ser defendidos, aún contra los consejos de una diplomacia de ruleta. Los Estados Unidos pueden emprender la obra de pacificación con la confianza absoluta de que es el derecho innato de la raza anglosajona. Deben imponer la paz al territorio sobre el cual tienen una autoridad moral y proteger sus intereses económicos y políticos a la vez contra la anarquía y contra toda inmiscusión europea".

Sin caer en el alarmismo, se puede analizar una situación que presenta peligros innegables. El escritor venezolano César Zumeta lo decía en un folleto, un tanto exagerado y meridional, pero exacto en el fondo: "Sólo una gran energía y una perseverancia ejemplar puede salvar a la América del Sur de un protectorado norteamericano". Quizás fuera esto un poco más difícil de lo que algunos creen, pero aún cuando fuera imposible es juicioso tratar de contrarrestar la influencia creciente de la gran república norteamericana, poniendo obstáculos en su marcha hacia el sur, porque sí aguardamos a que la amenaza esté en la frontera, ya no será tiempo de evitarla. El razonamiento infantil de que para llegar hasta nosotros tendría el coloso que atravesar toda la América, es un sofistico engaño que además del egoísmo regional que denuncia, contiene otros males. 

Si vemos que las repúblicas hermanas van cayendo lenta y paulatinamente bajo la dominación o influencia de una nación poderosa, ¿aguardaremos para defendernos que la agresión sea personal? ¿Cómo suponer que la invasión se detendrá al llegar a nuestras fronteras? La prudencia más elemental aconsejaría hacer causa común con el primer atacado. Somos débiles y sólo podemos mantenernos apoyándonos los unos sobre los otros. La única defensa de los quince gemelos contra la rapacidad de los hombres, es la solidaridad.

Sobre todo en el caso presente del que hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. Las conquistas modernas difieren de las antiguas, en que sólo se sancionan por medio de las armas cuando ya están realizadas económica o políticamente. Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo período de infiltración o hegemonía industrial capitalista o de costumbres que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el prestigio del futuro invasor. De suerte que, cuando el país que busca la expansión, se decide a apropiarse de una manera oficial de una región que ya domina moral y efectivamente, sólo tiene que pretextar la protección de sus intereses económicos (como en Texas o en Cuba) para consagrar su triunfo por medio de una ocupación militar en un país que ya está preparado para recibirle.

Por eso que al hablar del peligro yanqui no debemos imaginamos una agresión inmediata y brutal que sería hoy por hoy imposible, sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral que se iría acreciendo con las conquistas sucesivas y que irradiará, cada vez con mayor intensidad, desde la frontera en marcha hacia nosotros. Nuestra situación geográfica, en el extremo sur del continente, nos pone momentáneamente al abrigo, pero cada vez que una nueva región cae en poder del conquistador, le tenernos más cerca. Es un mar que viene ganando terreno. La América Central es actualmente un frágil rompeolas. De no organizarse diques y obras de defensa, acabará por sumergirnos.

Los que han viajado por la América del Norte saben que en Nueva York se habla abiertamente de unificar la América bajo la bandera de Washington. No es que el pueblo de los Estados Unidos abrigue malos sentimientos contra los americanos de otro origen, sino que el partido que gobierna se ha hecho una plataforma del "imperialismo".

 De haber triunfado Bryan, no tendríamos quizá que lamentar el protectorado de Cuba, ni las masacres de Filipinas. Pero los asuntos públicos están en manos de una aristocracia del dinero formada por grandes especuladores que organizan trusts y exigen nuevas comarcas donde extender su actividad. De ahí el deseo de expansión. 

Según ellos, es un crimen que nuestras riquezas naturales permanezcan inexplotadas a causa de la pereza y falta de iniciativa que nos suponen. Juzgan de toda la América Latina por lo que han podido observar de Guatemala o en Honduras.' Se atribuyen cierto derecho fraternal de protección que disimula la conquista. Y no hay probabilidad que tal política cambie, o tal partido sea suplantado por otro, porque a fuerza de dominar y triunfar se ha arraigado en el país esa manera de ver hasta el punto de darle su fisonomía y convertirse en su bandera. 

El conflicto entre Venezuela y Colombia, que ha sido fomentado, según los diarios de París y Londres, por los Estados Unidos, es una prueba. El telégrafo nos anuncia diariamente que la América del Norte está dispuesta a intervenir para proteger sus intereses y asegurar la libre circulación alrededor del istmo, basándose en viejos tratados que le abandonan cierto rol equívoco de vigilancia y de arbitraje. ¿Se prepara la reedición de lo que ocurrió en Cuba, Filipinas y Hawai? La maniobra es conocida. Consiste en espolear las querellas de partido o las rebeldías naturales y provocar grandes luchas o disturbios que les permitan intervenir después, con el fin aparente de restablecer el orden en países que tienen fama de ingobernables. 

La política interior de algunos estados de Centroamérica parece hoy dirigida indirectamente por el gobierno de Washington. La falta de capitales y de audacia industrial ha hecho que las minas, las grandes empresas agrícolas y los ferrocarriles caigan en manos de empresas yanquis. Ese es quizá el origen del protectorado oculto que aquella nación ejerce. 

Cuando un gobernante quiere sacudir la tutela, como el gral. Castro en Venezuela o el presidente Heroux en Santo Domingo, nunca falta una revolución más o menos espontánea que lo derroca o una guerra exterior que pone en peligro su jerarquía.

 Hasta la política de México que por ser uno de los estados más importantes de la América Latina parecería a cubierto de tales inmiscusiones recibe su inspiración del norte. Sólo el extremo sur del continente está ileso. Y aun en nuestra región, donde los intereses industriales y comerciales de Europa hacen imposible un acaparamiento, han ensayado los Estados Unidos una manera de debilitamos. Utilizando la viveza de carácter y la susceptibilidad nativas han creado o fomentado una atmósfera de mutua desconfianza u hostilidad que paraliza nuestro empuje.

La guerra peruano-chilena y el antagonismo entre la Argentina y Chile son quizá el producto de una hábil política subterránea dirigida a impedir una solidaridad y una entente que pudieran echar por tierra los ambiciosos planes de expansión. Y como esta suposición parece aventurada es justo apoyarla con algunos datos precisos.

Hace poco más de un año apareció un folleto que hizo alguna sensación. Trataba de la cuestión peruano-chilena y traía la firma de un peruano de origen yanqui, el señor Garland. Merece ser recordado porque arroja alguna luz sobre la política de los Estados Unidos. La idea fundamental del panfleto era que el Perú, amenazado por Chile y expuesto a perder una nueva porción de territorio, debía buscar el apoyo de la República del Norte. Y más grave aún que esta primera afirmación, eran los motivos que daba para enunciarla.

 Después de mencionar la protección indirecta prestada por los Estados Unidos al Perú durante la guerra del Pacífico, recordaba que aquella nación ha resuelto "no permitir conquistas en suelo americano". (El derecho de conquista es un atentado pero lo es tanto cuando lo emplean los Estados Unidos, como cuando lo emplea Chile y mal puede resolver no permitir conquistas una nación que acaba de realizar algunas). En otros párrafos hacía el señor Garland un cuadro terrible de los grandes imperios que se acumulan en Europa y aseguraba que dentro de poco, la independencia de América del Sur estaría amenazada, insinuando que sólo podía salvarla el apoyo de los Estados Unidos. (Así se nos ofusca con un peligro falso mientras nos escamotean el verdadero).

Todo el esfuerzo del señor Garland tendía a espolear el resentimiento de los peruanos, recordándoles la indemnización y asegurándoles que la conquista continuaría comiéndoles territorios hasta borrarlos del mapa. Y para convencerlos les pintaba el interés que los yanquis se toman por nuestra libertad y les ponderaba las grandes instituciones democráticas que rigen a aquel pueblo.

Para imponer respeto añadía: "Los Estados Unidos, con sus sesenta y cinco millones de habitantes y su inmenso poder comercial y político, acrecentado considerablemente después de su guerra con España, son ahora el arbitro de los destinos americanos". Y después de proclamar que "es hacia Washington hacia donde debemos dirigir las miradas", citaba las ocasiones en que la América del Norte ha defendido a los países del sur contra las agresiones de Europa.

El folleto del señor Garland fue una prueba del extravío a que pueden llevamos las querellas internacionales. También es cierto que siendo el autor del panfleto de origen norteamericano, no es de extrañar que tratase de conciliar los intereses de su patria con los de la segunda. Pero, en conjunto, su trabajo ofrece una prueba de la peligrosa hegemonía que los Estados Unidos quieren agravar y el deseo de hacer pie en territorio sudamericano, para ocupar, a favor de un desacuerdo entre dos repúblicas, un punto cualquiera que serviría de base de operaciones.

Por otra parte, en junio del año pasado se publicó en un diario bonaerense un artículo fechado en Chile, de un corresponsal especial que después de examinar el problema peruano-chileno y de halagar a la Argentina haciéndole entrever las ventajas que de él podría sacar, hablaba de guerra entre Chile y Estados Unidos y de protectorado de esta nación sobre el Perú. "La América del Norte -decía el articulista¬ aceptará la zona que el Perú le ofrezca y el protectorado que solicita, desde que uno y otro no causan gasto de sangre ni de dinero, desde que más necesitan una estación carbonera y un campo de ensayos industriales y comerciales en Sud América que cualquier colonia en Asia". Chile, a pesar de que Perú y Bolivia "no caben en uno de sus zapatos" conoce la opinión de uno de los almirantes americanos que declaró que "la mitad de la escuadra empleada en Cuba tendría para tres horas en acabar con la vencedora de Huascar".

Esta correspondencia era quizá lo que se llama en Francia un globo de ensayo destinado a explorar las corrientes de la atmósfera. Pero de todos modos es un síntoma. Quizá hay algunos sudamericanos sinceros que desalentados por las continuas reyertas y las luchas interiores, soñarían en normalizar nuestra vida facilitando la realización de un protectorado decoroso. 

Pero es incomprensible que, a pesar de los desengaños recientes, sigan creyendo en la primera interpretación de la doctrina de Monroe. Y está de más decir que juegan con armas muy peligrosas. Nuestros enemigos de mañana no serán Chile ni el Brasil, ni ninguna nación sudamericana, sino los Estados Unidos. Hace pocos días decía Charles Boss en Le Rappel: "Vamos a asistir a la reducción de las repúblicas latinas del sur en regiones sometidas al protectorado de Washington. La América del Norte va a encargarse de hacer de policía en la América Central, va a examinar la situación y no lo dudemos va a descubrir que el derecho está del lado de Colombia, cuyos intereses tomará en sus manos y colocará a Colombia 'bajo su protección". Paul Adam sostenía al día siguiente en Le Journal: "Los yanquis acechan esperando el momento para la intervención. Es la amenaza. Un poco de tiempo más y los acorazados del tío Jonathan desembarcarán las milicias de la Unión sobre esos territorios empapados en sangre latina. La suerte de estas repúblicas es ser conquistadas por las fuerzas del norte".

 El poder comercial de los Estados Unidos es tan formidable que hasta las mismas naciones europeas se saben amenazadas por él. Un solo trust, la Standard Oil acaba de hacerse dueño de cuatro empresas de ferrocarriles en México sobre cinco y de todas las líneas de vapores y gran parte de las minas. Cuando un buen número de las riquezas de un país están en manos de una empresa extranjera, la autonomía nacional se debilita. Y de la dominación comercial a la dominación completa, sólo hay la distancia de un pretexto.

Lejos de buscar o tolerar la injerencia de los Estados Unidos en nuestras querellas regionales, correspondería evitarlas y combatirlas, formando con todas las repúblicas igualmente amenazadas una masa impenetrable a sus pretensiones. Sería un cálculo infantil suponer que la desaparición o la derrota de uno o vanos países sudamericanos podría favorecer a los demás. Por la brecha abierta se desbordaría la invasión como un mar que rompe las vallas.

Hasta los espíritus elevados que no atribuyen gran importancia a las fronteras y sueñan una completa reconciliación de los hombres deben tender a combatir en la América Latina la influencia creciente de la sajona. 

Karl Marx ha proclamado la confusión de los países y las razas, pero no el sometimiento de unas a otras. Además, asistir a la suplantación con indiferencia sería retrogradar en nuestra lenta marcha hacia la progresiva emancipación del hombre. El estado social que se combate ha alcanzado en los Estados Unidos mayor solidez y vigor que en otros países. La minoría dirigente tiene allí tendencias más exclusivistas y dominadoras que en ninguna otra parte. 

Con el feudalismo industrial que somete una provincia a la voluntad de un hombre, se nos exportaría además, el prejuicio de las "razas inferiores". Tendríamos hoteles para hombres de color y empresas capitalistas implacables. Hasta considerada desde este punto de vista puramente ideológico, la aventura sería perniciosa. Si la unificación de los hombres debe hacerse; que se haga por desmigajamiento y no por acumulación. Los grandes imperios son la negación de la libertad.

Vista desde Francia, la situación de las dos Américas es ésa. Pero la prosperidad invasora de los Estados Unidos no es un peligro irremediable. Y en la opinión de muchos la América Latina puede defenderse. En otro artículo trataremos de decir cómo.

MANUEL UGARTE
EL PELIGRO YANQUI 
18 de Septiembre de 1901


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